sábado, 16 de marzo de 2013

Noche de luna llena


Este relato lo escribió mi abuelo en 1984, y habla sobre lo que le sucedió la noche que bombardearon su fábrica en Barcelona. Lo transcribo tal cual al castellano, teniendo en cuenta que mi abuelo no pudo aprender a escribir en catalán, y usaba una extraña mezcolanza con el castellano a la hora de escribir.

A partir de este texto, he escrito otro para conmemorar el 75 aniversario de los bombardeos por saturación de Barcelona, que tuvieron lugar en 1938 y que dedico a mi abuelo, por supuesto.


Salvador Jofré Raventós, a los 21 años


Noche de luna llena, por Salvador Jofré Raventós

Cuando comenzó la locura de nuestra guerra entre hermanos, yo trabajaba en un taller de metalurgia en Barcelona. Por orden del gobierno republicano, nos declararon industria de guerra; teniendo en cuenta mi trabajo de tornero mecánico, no quisieron que fuera al frente,  cosa que a mí me molestaba porque veía como se llevaban a toda la juventud, y porque las pobres madres me miraban de reojo. Mi madre hacia poco que se había muerto;  quedaba mi padre jubilado y enfermo. Mis hermanos Joan y Pere ya se habían enrolado en el ejército, por lo tanto yo me quedaba trabajando y cuidando de mi padre.

Comenzaron los bombardeos y comenzó el miedo en la población y las sirenas con sus aullidos nos hacían dejar el trabajo y correr hacia los refugios. Como en el taller hacíamos tres turnos, un día que me tocaba por la noche la aviación germánica hizo su aparición. Nueve aviones en formación de a tres. Su ronroneo de abejorro ponía la piel de gallina. Toda Barcelona quedó a oscuras, pero eso sí, la noche era muy clara, porque la puñetera luna estaba en su pleno, dando un resplandor que blanqueando la ciudad favorecía a los alemanes a escupir las bombas con precisión, destrozando casas y talleres, matando sin piedad.

La mala suerte hizo que acertaran al taller: siete bombas cayeron sobre las naves, matando a dos patrones y tres obreros, dejando un buen número de heridos. La explosión de la primera bomba me lanzó bajo el torno frente al que trabajaba. Quizás esto me salvó, porque las otras iban cayendo y todo volaba, arrancando puertas y ventanas y levantando una polvareda que nos ahogaba, mezclada con los gritos de los heridos, muchos de ellos con miembros destrozados. Los que quedamos ilesos salimos a la calle a respirar y otra visión de terror nos esperaba: con la alarma y al salir la gente a la calle para ir al refugio fueron sorprendidos y las bombas hicieron una carnicería.

Poco después se presentaron unos camiones y dos ambulancias y un teniente y cuatro soldados. Nosotros estábamos atontados, caminando sin ganas sin atinar a hacer nada. Pero el teniente se dirigió a nosotros y con voz autoritaria nos ordenó que recogiéramos a los heridos y los pusiéramos en las ambulancias y los muertos, unos enteros y muchos a trozos, a los camiones.

Una vez se hubieron alejado los aviones asesinos me fui hacia casa. El bombardeo había sido tan fuerte que no volvieron a dar la luz, debido principalmente a los grandes destrozos en primer lugar en las eléctricas. El taller estaba cerca de la Plaza de España; hasta Hospitalet hay un buen trozo, pero como no funcionaba nada, opté por dirigirme a la Bordeta y hasta San José, o sea, a mi casa.

Mientras caminaba pensaba en todo lo que había pasado y lo que mis ojos habían visto con horror y cuanto había tenido que tirar al camión, algunos muertos. Y lo más fuerte era una niña destrozada y todavía apretando entre sus bracitos a una muñeca preciosa pero también destrozada. Pensando todo esto, sentía como las lágrimas me corrían cara abajo y al mismo tiempo me enturbiaban los ojos. A medio camino me encontré una fuente, y me senté con las manos llenas de sangre seca. Y la americana toda manchada de lo mismo, de la sangre de personas inocentes de la maldad de los hombres.

Cuando llegué a casa mi padre me esperaba despierto:

«Pues… ¿Qué ha pasado?»
«Mucho, padre; pero vaya a dormir, que yo no tengo ánimo para hablar. Mañana ya le explicaré»
«Hasta mañana, hijo. » Y se volvió a la cama.

Yo sabía que no podría dormir, debido a mi estado de ánimo y salí al patio. Y al alzar la cabeza vi la luna completamente llena, con gran resplandor. No sé qué me pasó: pero al mirarla me pareció que las manchas normales eran ojos, nariz y boca y me pareció que sonreía burlona.

Y por un instinto desconocido, hice algo que no había hecho nunca, ni creo hacerlo nunca más: levante el brazo y cerré el puño, amenazándola y diciendo: «Maldita luna. ¿Por qué has salido, es que no te podías esconder? »
Fin

                                                     Salvador Jofré Raventós (Poco después del 17 de Julio de 1984)


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